jueves, 29 de noviembre de 2012

Un largo caminar (I)


Yo soy yo y mi circunstancia. Lo escribió hace años Ortega y Gasset y sírvame de punto de partida para narrar mi conversión. ¿Qué cuáles eran mis circunstancias? A saber: nacer a finales de los ochenta, ser niño de los noventa y adolescente de la primera década del segundo milenio; es decir, la época del libertinaje, del vale todo y del ‘de según como se mire todo depende’. Y lo dicho: uno es uno y su circunstancia; y en esas, en las mías, precisamente, lo difícil, lo raro, era tener fe y no perderla.

¿Llegué yo a perder la fe? Ahora que lo pienso no estoy tan seguro. Perderla, lo que se dice perderla, probablemente no, pero sí enfriarla a grados polares. Más entraba en el mundo, menos fe tenía. Mientras más vivía como la gente normal de mi edad, menos cerca de Dios estaba.

Nací, crecí y me formé en un ambiente católico, a la manera en que son católicos los ambientes de esta época, es decir, una cosa de creo pero no mucho, conozco la fe pero sólo por encimita, cumplo pero con lo estrictamente necesario, y lo que no me gusta me lo salto, que al final Dios es bueno y lo perdona todo.

Y entonces llegó la adolescencia, aparecieron internet y las hormonas…y lo demás fue cuento. El carnaval del mundo, que diría el tango, y sus seducciones. El deslumbramiento de lo desconocido, la atracción por lo prohibido. La masturbación, ya saben ustedes.

Al principio dudé de si era o no pecado. Luego, cuando supe que sí, traté de dejarla, y al fallar en el primer intento, pues, vamos, la religión a la carta con su Dios perdonalotodo. ¿Cómo va a ser eso malo? ¡Malo es matar, no masturbarse! ¿A quién le puedo estar haciendo daño yo con eso? ¡Cosa de los curas que viven amargados! Lo hace todo el mundo y además lo dicen en la clase de educación sexual: es muy normal y saludable.

Hizo aparición por primera vez el relativismo, y comenzó a morir la fe.

Porque después las experiencias virtuales pasaron a ser reales…y lo mismo. ¿Qué de malo puede tener hacer el amor? ¿No ves que nos queremos? ¿Virginidad? ¡Por Dios! Los tiempos han cambiado, pero la Iglesia no se entera. Ir en contra del preservativo, ¡vaya irracionalidad!, prefieren ver niños muertos, como canta Arjona. ¡Qué le va a importar a Dios!

Me Confirmé, y lo hice con algo de fe. Al menos con más que la mayoría de mis compañeros, para quienes aquello no era sino un trámite, una cosa que hay que hacer porque de lo contrario no te puedes casar por la Iglesia o se puede poner triste la abuelita. Ya digo que yo tenía fe a mi manera, con mi Dios a mi manera y la religión a mi manera. Y tan buenas no serían las catequesis –brevísimas, por demás- cuando no encontré contradicción alguna entre mi religión a la carta y la verdadera, en la que me confirmaba.

Pasaba el tiempo y se enseñoreaba el relativismo. ¡Tampoco es que hay que ir todos los domingos a misa! No pasa nada si se falta, lo que importa es estar con Dios. ¿Comulgar? Claro, en cada misa ¿Confesarse? ¡Sólo cuando pasa algo grave, no exageremos! Y así…

martes, 27 de noviembre de 2012

Un joven católico


Católico y joven. Dos palabras que a las luces de esta época suenan a oxímoron. Tan incompatibles como agua y aceite. Más raras que un español aficionado al beisbol. Tan reales como mi vida. Que eso soy –o al menos trato-: un joven de este tiempo que profesa fe católica. Y así me va.